Viaró ARTS

La bellesa a través de l'art

Viaró ARTS

La bellesa a través de l'art

Aratani A4 poster

Aratani Saku
2022

El año 1605 hubo un devastador terremoto seguido de un tsunami en la región de Kiyosu, en el Japón. Miles de personas perdieron la vida y, los supervivientes, todo el que tenían.

El sacerdote Francisco de Ponce que predicaba en aquellas tierras se pudo salvar milagrosamente y pudo volver a Europa en barco; pero no viajó sol: en medio del desastre un viejo que estaba atrapado entre los escombros le había pedido a De Ponce que se llevara su nieto, un bebé de poco más de un año que se llamaba Aratani Saku (en japonés “El que vuelve a florecer”). Así que De Ponce volvió a Àmsterdam -su ciudad natal- con aquel niño pequeño y un fardo que también le entregó el abuelo y que contendía un libro, una cruz y unas semillas de cerezo.

En Ámsterdam vivía un matrimonio amigo suyo, Hans y Anna de Hondt, que como no podían tener hijos adoptaron encantados al pequeño Saku.

Durante un tiempo De Ponce se encargó de educar aquel niño; entre otras cosas le enseñaba japonés y le leía el libro de su abuelo: de este modo Saku conoció la lengua de su país y las tradiciones y la cultura propias, además de la que adquiría con su nueva familia.

Una de las cosas que había en el libro, entre leyendas de dragones y emperatrices terroríficas, era la historia de la familia de Saku; su abuelo -aquel viejo que lo había entregado a De Ponce el día del terremoto- era fabricante de daikos, los tradicionales tambores de Japón. Por eso Saku se ilusionó con la idea de hacerse él mismo un tambor como aquellos. Además, entre las páginas del libro había un fragmento de una canción para daiko que se titulaba “Cualquier noche puede salir el sol” y que Saku deseaba aprender a tocar; le ilusionaba pensar que podía hacer la misma música que había compuesto e interpretado su abuelo.

Hans y Anna también habían plantado las semillas de cerezo. Lo hicieron el mismo día de la llegada de Saku en sus vidas. El cerezo -el árbol más representativo del Japón- simbolizaba las raíces de Saku en una tierra nueva: “De este modo -dijeron- en Saku hará nuevas raíces sin perder sus orígenes; y volverá a florecer, como dice su nombre”.

Y así fueron pasando los años; el niño y el árbol crecían poco a poco y se iban haciendo grandes a la vez; hasta que un día De Ponce volvió a la isla de Japón para continuar su tarea de difundir la palabra de Dios; Saku se tuvo que resignar a quedarse sin su maestro y salvador. Y el que había sido una niñez muy feliz se fue torciendo a medida que entraba en la adolescencia.

Los compañeros de la escuela de Saku a menudo se burlaban de él porque tenía las facciones asiáticas, pero también porque era el único católico en una sociedad protestante. En aquel tiempo, desgraciadamente unos y otros estaban enfrentados, y no era sencilla la convivencia. A esto se le sumaba el hecho que, desde su vuelta en el Japón, la familia de Saku ya no había tenido más noticias suyas; algunos decían que quizás había muerto en el Japón, víctima de la persecución religiosa; otros afirmaban que De Ponce había rechazado la propia fe –apostatar, se dice- justamente para evitar ser ejecutado. Saku se resistía a creerse ninguna de las dos cosas, pero era verdad que primero los meses y después los años fueron pasando y no recibían ninguna carta del sacerdote, y esto le tenía inquieto.

Cuando Saku tenía catorce años, su madre murió repentinamente. Aquella vez fue durísimo tanto para él como para Hans, su padre. Muy hundidos los dos, se distanciaron cuando más necesitaban apoyarse mutuamente. Esto, sumado a las burlas que sufría en la escuela, junto con la falta de noticias sobre de Ponce, hizo que Saku tocara fondo y se rebelara contra todo el mundo, e incluso contra su fe en Dios.

Llevado por la rabia, quiso arrancar el cerezo que habían plantado al jardín, pero solo pudo romper una rama porque ya era un árbol joven y esbelto. Y entonces su padre apareció con una carta con noticias sobre de Ponce: ni había muerto ni había abandonado su fe; al contrario, estaba prisionero en el palacio del magistrado Katsuo precisamente por predicar el Evangelio.

Escuchando a su padre desde el suelo, con la rama del cerezo en la mano, Saku se dio cuenta de que lo que tenía que hacer era sobreponerse al dolor, dejar de quejarse y dar un paso adelante. “De Ponce está sufriendo en una celda, para defender la fe, y yo estoy aquí lloroso y quejándome; soy un egoísta”, pensó. Se levantó, le pidió perdón a su padre y le dijo que con la rama del cerezo se haría unas baquetas para tocar el tambor; y que “armado con aquello” pensaba embarcarse para ir a Japón y salvar su amigo, como De Ponce lo había hecho con él años atrás.

Hans abrazó su hijo, le dio la bendición y Saku fue hasta el puerto de Àmsterdam para iniciar un largo viaje que lo llevaría a su tierra natal. De camino hacia Japón se preguntaba cuál era su destino en la vida, y si sería capaz de ayudar De Ponce. Conoció dos jóvenes cadetes, Tom y Sam, unos chicos llenos de entusiasmo que iban a estudiar para ser oficiales del ejército y que lo inspiraron a ser valiente; pero quien más lo ayudó en aquella peripecia fue el joven Kaito, un joven marinero japonés que arriesgaba cada día su vida para llevar evangelios y crucifijos a escondidas a los cristianos de Japón. Saku lo conoció en la última escala de su viaje, en el puerto de Macao y desde allí Kaito lo guio hasta la ciudad de Kofu, donde el magistrado Katsuo tenía encarcelado Francisco de Ponce.

Saku se encaminó decidido hasta las puertas del palacio y, una vez allí, cogió su tambor y empezó a hacer lo único que podía hacer: tocar y tocar a brazo partido para llamar la atención del magistrado. Para que De Ponce reconociera que era él quien tocaba cantó la canción “Cualquier noche puede salir el sol”, la pieza escrita por su abuelo. Y efectivamente, desde la celda donde lo tenían encerrado, el sacerdote escuchó la voz y el tambor de Saku, y dio gracias a Dios. Pero lo más sorprendente fue que el magistrado Katsuo, el hombre que lo tenía encarcelado También se puso a cantar la canción. ¿Cómo podía ser que la conociera?

El hecho es que de repente las puertas del palacio se abrieron y dos guardias echaron fuera a Francisco de Ponce. ¡Lo habían dejado libre! Saku no se lo podía creer. ¡Era un milagro! ¿O quizás había sido un error? No había tiempo para pensar: Saku y Francisco de Ponce se abrazaron y juntos emprendieron la fuga antes de que el magistrado o sus soldados pudieran reaccionar.

Mientras tanto un grupo de cristianos japoneses que habían estado observando al tamborilero escondidos salieron enseguida al ver libre al sacerdote y los acompañaron hasta un carro que tenían preparado. Eran amigos de Francisco de Ponce y velaban por él noche y día; ellos los ayudarían a llegar hasta la playa para escaparse con la barca de Kaito.

Tenían que recorrer prácticamente 50 kilómetros pero a medio camino empezaron a escuchar unos tambores que resonaban cada vez más cerca. Todos pensaron que los habían tendido una trampa: seguro que el magistrado Katsuo los había dejado marchar para que  los fugitivos lo guiaran hasta los otros cristianos!

Pero fuera como fuera ya no había vuelta atrás; los amigos del sacerdote apretaron el paso  y el carro voló entre los bosques y caminos hasta la playa de Fuji. Una vez allí, efectivamente, los esperaba Kaito con un par más de cristianos amigos. Pero los soldados de Katsuo eran más rápidos y también llegaron a la playa antes de que los fugitivos se pudieran embarcar: eran un verdadero ejército de tamborileros que llenaban toda la playa. Saku y los otros cristianos empezaron a rezar pensando que les había llegado la muerte, pero no fue así; al contrario, Katsuo avanzó hasta donde estaba el pequeño Saku, le puso solemnemente una mano al hombro y le explicó que él era el mejor amigo de su abuelo, y que gracias a la canción “Cualquier noche puede salir el sol” lo había reconocido; por eso había liberado al sacerdote, y para asegurarse que nadie los hiciera daño había ordenado sus hombres que escoltaran a los fugitivos hasta la playa.

Unos y otros se saludaron con una profunda reverencia y los cristianos pudieron marchar rumbo a Macao, sanos y salvos. Katsuo y sus hombres despidieron la barca haciendo sonar los tambores, y Saku se añadió desde la popa de la embarcación, con gran alegría y entusiasmo.

 

ARATANI SAKU

L’any 1605 hi va haver un devastador terratrèmol seguit d’un tsunami a la regió de Kiyosu, al Japó. Milers de persones van perdre la vida i, els supervivents, tot el que tenien.

El sacerdot Francisco de Ponce que predicava en aquelles terres va poder-se salvar miraculosament i va poder tornar a Europa en vaixell; però no va viatjar sol: enmig del desastre un vell que estava atrapat entre les runes li havia demanat a De Ponce que s’endugués el seu net, un nadó de poc més d’un any que es deia Aratani Saku (en japonès “El que torna a florir”). Així que De Ponce va tornar a Àmsterdam -la seva ciutat natal- amb aquell nen petit i un farcell que també li entregà l’avi i que contenia un llibre, una creu i unes llavors de cirerer.

A Àmsterdam hi vivia un matrimoni amic seu, Hans i Anna d’Hondt, que com que no podien tenir fills van adoptar encantats el petit Saku. 

Durant un temps De Ponce s’encarregà d’educar aquell nen; entre altres coses li ensenyava japonès i li llegia el llibre del seu avi: d’aquesta manera Saku va conèixer la llengua del seu país i les tradicions i la cultura pròpies, a més a més de la que adquiria amb la seva nova família. 

Una de les coses que hi havia al llibre, entre llegendes de dracs i emperadrius terrorífiques, era la història de la família de Saku; el seu avi -aquell vell que l’havia lliurat a De Ponce el dia del terratrèmol- era fabricant de daikos, els tradicionals tambors de Japó. Per això Saku es va il·lusionar amb la idea de fer-se ell mateix un tambor com aquells. A més, entre les pàgines del llibre hi havia un fragment d’una cançó per a daiko  que es deia “Qualsevol nit pot sortir el sol” i que Saku es delia per aprendre a tocar; li il·lusionava pensar que podia fer la mateixa música que havia compost i interpretat el seu avi.

Hans i Anna també havien plantat les llavors de cirerer. Ho van fer el mateix dia de l’arribada de Saku a les seves vides. El cirerer -l’arbre més representatiu del Japó- simbolitzava les arrels de Saku en una terra nova: “D’aquesta manera -van dir- en Saku farà noves arrels sense perdre els seus orígens; i tornarà a florir, com diu el seu nom”.

I així van anar passant els anys; el nen i l’arbre creixien poc a poc i s’anaven fent grans alhora; fins que un dia De Ponce va tornar a l’illa de Japó per continuar la seva tasca de difondre la paraula de Déu; Saku es va haver de resignar a quedar-se sense el seu mestre i salvador. I el que havia estat una infantesa molt feliç es va anar torçant a mesura que entrava en l’adolescència. 

Els companys de l’escola de Saku sovint es burlaven d’ell perquè tenia les faccions asiàtiques, però també perquè era l’únic catòlic en una societat protestant. En aquell temps malauradament els uns i els altres estaven enfrontats, i no era senzilla la convivència. A això se li sumava el fet que, des de la seva tornada al Japó la família de Saku ja no havia tingut cap més notícia seva; alguns deien que potser havia mort al Japó, víctima de la persecució religiosa; altres afirmaven que De Ponce havia rebutjat la pròpia fe –apostatar, se’n diu- justament per evitar ser executat. Saku es resistia a creure’s cap de les dues coses, però era veritat que primers els mesos i després els anys van anar passant i no rebien cap carta del sacerdot, i això el feia malpensar.

Quan Saku tenia catorze anys la seva mare va morir sobtadament. Aquell cop va ser duríssim tant per a ell com per a Hans, el seu pare. Molt enfonsats tots dos, es van distanciar quan més necessitaven recolzar-se mútuament. Això sumat a les burles que patia a l’escola, juntament amb la falta de notícies sobre de Ponce va fer que Saku toqués fons i es rebel·lés contra tothom, i fins i tot contra la seva fe en Déu.

Endut per la ràbia, va voler arrencar el cirerer que havien plantat al jardí però només en va poder trencar una branca perquè ja era un arbre jove i esvelt.  I aleshores el seu pare aparegué amb una carta amb notícies sobre de Ponce: ni havia mort ni havia abandonat la seva fe; al contrari, estava presoner al palau del magistrat Katsuo precisament per predicar l’Evangeli. 

Escoltant el seu pare des de terra, amb la branca del cirerer a la mà, Saku va adonar-se que el que havia de fer era sobreposar-se al dolor, deixar de queixar-se i fer un pas endavant. “De Ponce està patint en una cel·la, per defensar la fe, i jo estic aquí plorós i queixant-me; soc un egoista”, va pensar. S’aixecà, li va demanar perdó al seu pare i li digué que amb la branca del cirerer es faria unes baquetes per tocar el timbal; i que “armat amb allò” pensava embarcar-se per anar al Japó  i salvar el seu amic, com De Ponce ho havia fet amb ell anys enrere.

Hans abraçà el seu fill, li donà la benedicció i Saku va anar fins al port d’Àmsterdam per iniciar un llarg viatge que el duria a la seva terra natal. De camí cap al Japó es preguntava quin era el seu destí a la vida, i si seria capaç d’ajudar De Ponce. Conegué dos joves cadets, en Tom i en Sam, uns nois plens d’entusiasme que anaven a estudiar per ser oficials de l’exèrcit i que el van inspirar a ser valent; però qui més va ajudar-lo en aquella peripècia fou el jove Kaito, un jove mariner japonès que arriscava cada dia la seva vida per portar evangelis i crucifixos d’amagat als cristians del Japó. Saku el va conèixer a l’última escala del seu viatge, al port de Macao i des d’allà Kaito el guià fins a la ciutat de Kofu, on el magistrat Katsuo tenia empresonat Francisco de Ponce.

Saku s’encaminà tot decidit fins a les portes del palau i, un cop allà, agafà el seu timbal i comença a fer l’única cosa que podia fer: tocar i tocar amb totes les forces per cridar l’atenció del magistrat. Perquè De Ponce reconegués que era ell qui tocava va cantar la cançó “Qualsevol nit pot sortir el sol”, la peça escrita pel seu avi. I efectivament, des de la cel·la on el tenien tancat el sacerdot va sentir la veu i el timbal de Saku, i donà gràcies a Déu. Però el més sorprenent va ser que el magistrat Katsuo, l’home que el tenia empresonat També es va posar a cantar la cançó. Com podia ser que la conegués?

El fet és que de sobte les portes del palau es van obrir i dos guàrdies van empènyer a fora Francisco de Ponce. L’havien deixat lliure! Saku no se’n sabia avenir. Era un miracle! O potser havia estat un error? No hi havia temps per pensar-hi: Saku i Francisco de Ponce es van abraçar i junts van emprendre la fugida abans que el magistrat o els seus soldats poguessin reaccionar.

Mentrestant un grup de cristians japonesos que havien estat observant el timbaler amagats van sortir de seguida en veure lliure el sacerdot i els van acompanyar fins a un carro que tenien preparat. Eren amics de Francisco de Ponce i vetllaven per ell nit i dia; ells els ajudarien a arribar fins a la platja per escapar-se amb la barca de Kaito.

Havien de recórrer pràcticament 50 kilòmetres però a mig camí van començar a sentir el retruny d’uns timbals que ressonaven cada cop més a la vora. Tots van pensar que els havien parat una trampa: segur que el magistrat Katsuo els havia deixat marxar perquè els fugitius el guiessin fins als altres cristians!

Però fos com fos ja no hi havia marxa enrere; els amics del sacerdot van apretar la marxa i el carro va volar entre els boscos i camins fins a la platja de Fuji. Un cop allà, efectivament, els esperava Katsuo amb un parell més de cristians amics. Però els soldats de Katsuo eren més ràpids i també van arribar a la platja abans que els fugitius es poguessin embarcar: eren un veritable exèrcit de timbalers que omplien tota la platja. Saku i els altres cristians van començar a resar pensant que els havia arribat la mort, però no va ser així; al contrari, Katsuo s’avançà fins on era el petit timbaler, li va posar solemnement una mà a l’espatlla i li va explicar que ell era el millor amic del seu avi, i que gràcies a la cançó “Qualsevol nit pot sortir el sol” l’havia reconegut; per això havia alliberat el sacerdot, i per assegurar-se que ningú els fes mal havia ordenat els seus homes que escortessin els fugitius fins a la platja.

Els uns i els altres es saludaren amb un profund acatament i els cristians van poder marxar rumb a Macao, sans i estalvis. Katsuo i els seus homes acomiadaren la barca fent sonar els tambors, i Saku s’hi afegí des de la popa de l’embarcació, amb gran alegria i entusiasme.

 

Banda Sonora Original

Para descargar las canciones clicar con el botón secundario y seleccionar la opción «Guardar como«